Para ser eficaces en la vida y misión, es necesario el
despojo.
Feliz Cuaresma
CUENTO: “LA SABIDURÍA DE LA
ANCIANA ABADESA"
Cuentan
las crónicas que en tiempos de las Cruzadas había en Normandía un antiguo monasterio regido por
una Abadesa de gran sabiduría. Más de cien monjas oraban, trabajaban y servían
a Dios llevando una vida austera, silenciosa y observante.
Un día,
el obispo del lugar acudió al monasterio a pedir a la Abadesa que destinara a
una de sus monjas a predicar en la comarca (no olvide el lector el carácter
fantástico de la narración; y ponderar, además, cuánta sería la escasez de
clérigos en aquellos tiempos, debido a que muchos de ellos habían partido como
capellanes de los cruzados).
La
Abadesa reunió a su consejo, y después de larga reflexión y consulta, decidió
preparar para tal misión a la hermana Clara, una joven novicia llena de virtud,
de inteligencia y de otras singulares cualidades.
La Madre
Abadesa la envió a estudiar, y la hermana Clara pasó largos años en la
biblioteca del monasterio descifrando viejos códices y adueñándose de su
secreta ciencia. Fue discípula aventajada de sabios monjes y monjas de otros
monasterios que habían dedicado toda su vida al estudio de la teología. Cuando
acabó sus estudios, conocía los clásicos, podía leer la Escritura en sus
lenguas originales, estaba familiarizada con la Patrística y dominaba la
tradición teológica medieval. Predicó en el refectorio sobre las procesiones intratrinitarias", y las
monjas bendijeron a Dios por la erudición de sus conocimientos y la unción de
sus palabras.
Fue a arrodillarse ante la Abadesa: "¿Puedo ir
ya, reverenda Madre". La anciana Abadesa la miró como si leyera en su
interior: en la mente de la hermana Clara había demasiadas respuestas.
"Todavía no, hija, todavía no..."
La envió
a la huerta. Allí trabajó de sol a sol, soportó las heladas del invierno y los
ardores del estío, arrancó piedras y zarzas, cuidó una a una las cepas del
viñedo, aprendió a esperar el crecimiento de las semillas y a reconocer, por la
subida de la savia, cuándo había llegado el momento de podar los castaños
... Adquirió otra clase de sabiduría, pero no era suficiente.
La Madre
Abadesa la envió luego a hacer de tornera. Día tras día escuchó, oculta detrás
del torno, los problemas de los campesinos y el clamor de sus quejas por la
dura servidumbre que les imponía el señor del castillo. Oyó rumores de
revueltas y alentó a los que se sublevaban contra tanta injusticia.
La
Abadesa la llamó: la hermana Clara tenía fuego en las entrañas y los ojos
llenos de preguntas. "No es tiempo aún, hija mía. . - "
La envió
entonces a recorrer los caminos con una familia de saltimbanquis. Vivía en el
carromato, les ayudaba a montar su tablado en las plazas de los pueblos, comía
moras y fresas silvestres, y a veces, tenía que dormir al raso, bajo las
estrellas. Aprendió a contar acertijos, a hacer títeres y a recitar romances,
como los juglares.
Cuando
regresó al monasterio, llevaba consigo canciones en los labios y se reía como
los niños. "¿Puedo ir ya a predicar, Madre?" "Aún no, hija mía.
Vaya a orar".
La
hermana Clara pasó largo tiempo en una solitaria ermita en el monte. Cuando
volvió, llevaba el alma transfigurada y llena de silencio. "¿Ha llegado ya
el momento, Madre?". No, no había llegado.
Se había
declarado una epidemia de peste en el país, y la hermana Clara fue enviada a
cuidar de los apestados. Veló durante
noches enteras a los enfermos, lloró amargamente al enterrar a muchos y se
sumergió en el misterio de la vida y de la muerte.
Cuando
remitió la peste, ella misma cayó enferma de tristeza y de agotamiento y fue
cuidada por una familia de la aldea. Aprendió a ser débil y a sentirse pequeña,
se dejó querer y recobró la paz.
Cuando
regresó al monasterio, la Madre Abadesa la miró gravemente: la encontró más
humana, más vulnerable. Tenía la mirada serena y el corazón lleno de nombres.
"Ahora
si, hija mía, ahora si". La acompañó hasta el gran portón del monasterio,
y allí la bendijo imponiéndole las manos.
Y
mientras las campanas tocaban para el Ángeles, la hermana Clara echó a andar
hacia el valle para anunciar allí el santo Evangelio.
En
alabanza de nuestro Señor Jesucristo y de su Santa Iglesia.
Amén.