Es un cuento muy interesante
La parábola
del Pájaro Alegría
Era
un pájaro más bien pequeño.
Sus plumas eran blancas como la
alegría de los niños del pueblo. Las de su cabeza eran amarillas, como los
girasoles, que muestran siempre la cara al sol. Las alas y la cola, azules,
como una pequeña laguna, transparentes en la claridad de la mañana. En el pecho tenía unas plumitas rojas
que parecían una herida.
Era un pájaro simpático, alegre,
juguetón y gracioso. Cantaba bien. En realidad había en el monte otros pájaros
más bonitos que él y que cantaban mucho mejor.
Pero el canto del pájaro Alegría era
un canto popular.
Andaba por todos los rincones del
bosque. Se juntaba con los gorriones y otros pájaros que no son tan hermosos ni
tienen un canto agradable. Alegría los escuchaba y los escuchaba, hasta
aprender el canto de ellos. Después, él mismo los cantaba.
Cuando los otros pájaros escuchaban
su propio canto interpretado por Alegría, le decían: "Alegría, enséñanos a
cantar".
Entonces, Alegría, les enseñaba la
misma musiquita que ellos hacían, sólo que más bonita. Hacían unos coros
fantásticos, pues el canto de todos juntos sonaba que era una maravilla.
Un día, unos pájaros que se creían
muy hermosos y que cantaban mucho mejor que los demás, se enfadaron con
Alegría, porque nadie se paraba en los árboles vecinos para admirarlos y oír
sus cantos.
Dijeron: "Ahora que los
gorriones y los otros pájaros feúchos están aprendiendo a cantar juntos, nadie
se preocupa de nosotros. Y el culpable de todo es Alegría. Vamos a sacarlo de
aquí, y pronto".
Entonces llamaron a un hombre que
tenían una jaula, y le entregaron a Alegría para que lo encerrase.
¡Cómo lloraron los gorriones cuando
se enteraron! Ya no pudieron seguir cantando. Se hizo el silencio en el bosque.
La tristeza se hizo carne en el corazón del monte. También el miedo. Una
enfermedad, casi mortal, había herido el corazón de la naturaleza. El sol no
alumbraba; el arroyo, estancado; los colores de las flores, sin brillo; las
hojas, mustias.
Pero los pájaros cantores y hermosos
tampoco podían ya vivir. La situación de miedo, tristeza y pesadumbre provocada
no les permitía cantar.
De pronto, allá lejos, comienza a
sentirse un canto. Alegría, entre rejas, lentamente, como despertando de un
largo sueño, hace brotar desde la prisión una suave melodía, llena de color y
de esperanza. Un canto como de lágrimas que se van desgranando sobre la ciudad y el monte.
Los
pájaros bellos y presuntuosos reciben la melodía extraña como un puñal que les
penetra en sus pechos. Ya no pueden más. La soledad y la culpa les destroza el
corazón.
Sin soñarlo siquiera se produce un
milagro.
Alegría comienza a cantar mejor. Su
gorgojear comienza bajo, como si estuviera recogiendo el canto da la tierra, de
los ríos, de los grillos, de las raíces....
Luego sube un poco y se junta a la
risa de los niños, al canturrear de las señoras que barren, que encienden la
cocina y el hogar; al llanto de los que sufren en las prisiones, en los
hospitales, en la pobreza, en los basureros, en el paro, en la soledad....
Después vibra en las copas de los
árboles, y ahí comienzan a cantar todos los gorriones y los otros pájaros....
¡Todo era una fiesta! Y el canto de
Alegría se escapaba de la gran jaula, imparable, unido a todos los demás, y era
cada vez más sonoro y armonioso. Nadie
lo podía encerrar ni silenciar.
Y subía por las torres para unirse
al canto de las campanas. Y trepaba por las altas montañas y por le aire. Y
llegaba hasta el sol, hasta las estrellas más lejanas.
Así todos los días.
¡Qué increíble fue el canto cuando
Alegría, una vez libre, volvió al monte! Todas las cosas iban naciendo de
nuevo.
La lagunita soltó una sonora risa
cuando las alas azules de Alegría le hicieron cosquillas en las cumbres de su
pequeñas olitas.
Los pájaros bellos, y que habían
sido presuntuosos, comprendieron que no podían ser felices en medio del dolor
de los demás, que sólo si lo sentían como propio podían reconocerse dignos y
comprender que la alegría vivida y compartida con todos era la felicidad de
cada uno. Y que para eso tenían que unirse al canto general.