jueves, 10 de enero de 2013

Como agradecimiento a los que visitáis de manera asidua este Blog.
Es un cuento muy interesante

La parábola
del Pájaro Alegría

            Era un pájaro más bien pequeño.
           
            Sus plumas eran blancas como la alegría de los niños del pueblo. Las de su cabeza eran amarillas, como los girasoles, que muestran siempre la cara al sol. Las alas y la cola, azules, como una pequeña laguna, transparentes en la claridad de la  mañana. En el pecho tenía unas plumitas rojas que parecían una herida.

            Era un pájaro simpático, alegre, juguetón y gracioso. Cantaba bien. En realidad había en el monte otros pájaros más bonitos que él y que cantaban mucho mejor.

            Pero el canto del pájaro Alegría era un canto popular.

            Andaba por todos los rincones del bosque. Se juntaba con los gorriones y otros pájaros que no son tan hermosos ni tienen un canto agradable. Alegría los escuchaba y los escuchaba, hasta aprender el canto de ellos. Después, él mismo los cantaba.

            Cuando los otros pájaros escuchaban su propio canto interpretado por Alegría, le decían: "Alegría, enséñanos a cantar".

            Entonces, Alegría, les enseñaba la misma musiquita que ellos hacían, sólo que más bonita. Hacían unos coros fantásticos, pues el canto de todos juntos sonaba que era una maravilla.

            Un día, unos pájaros que se creían muy hermosos y que cantaban mucho mejor que los demás, se enfadaron con Alegría, porque nadie se paraba en los árboles vecinos para admirarlos y oír sus cantos.

            Dijeron: "Ahora que los gorriones y los otros pájaros feúchos están aprendiendo a cantar juntos, nadie se preocupa de nosotros. Y el culpable de todo es Alegría. Vamos a sacarlo de aquí, y pronto".

            Entonces llamaron a un hombre que tenían una jaula, y le entregaron a Alegría para que lo encerrase.

            ¡Cómo lloraron los gorriones cuando se enteraron! Ya no pudieron seguir cantando. Se hizo el silencio en el bosque. La tristeza se hizo carne en el corazón del monte. También el miedo. Una enfermedad, casi mortal, había herido el corazón de la naturaleza. El sol no alumbraba; el arroyo, estancado; los colores de las flores, sin brillo; las hojas, mustias.

            Pero los pájaros cantores y hermosos tampoco podían ya vivir. La situación de miedo, tristeza y pesadumbre provocada no les permitía cantar.

            De pronto, allá lejos, comienza a sentirse un canto. Alegría, entre rejas, lentamente, como despertando de un largo sueño, hace brotar desde la prisión una suave melodía, llena de color y de esperanza. Un canto como de lágrimas que se van  desgranando sobre la ciudad y el monte.

            Los pájaros bellos y presuntuosos reciben la melodía extraña como un puñal que les penetra en sus pechos. Ya no pueden más. La soledad y la culpa les destroza el corazón.

            Sin soñarlo siquiera se produce un milagro.

            Alegría comienza a cantar mejor. Su gorgojear comienza bajo, como si estuviera recogiendo el canto da la tierra, de los ríos, de los grillos, de las raíces....

            Luego sube un poco y se junta a la risa de los niños, al canturrear de las señoras que barren, que encienden la cocina y el hogar; al llanto de los que sufren en las prisiones, en los hospitales, en la pobreza, en los basureros, en el paro, en la soledad....

            Después vibra en las copas de los árboles, y ahí comienzan a cantar todos los gorriones y los otros pájaros....

            ¡Todo era una fiesta! Y el canto de Alegría se escapaba de la gran jaula, imparable, unido a todos los demás, y era cada  vez más sonoro y armonioso. Nadie lo podía encerrar ni silenciar.

            Y subía por las torres para unirse al canto de las campanas. Y trepaba por las altas montañas y por le aire. Y llegaba hasta el sol, hasta las estrellas más lejanas.

            Así todos los días.

            ¡Qué increíble fue el canto cuando Alegría, una vez libre, volvió al monte! Todas las cosas iban naciendo de nuevo.

            La lagunita soltó una sonora risa cuando las alas azules de Alegría le hicieron cosquillas en las cumbres de su pequeñas olitas.

            Los pájaros bellos, y que habían sido presuntuosos, comprendieron que no podían ser felices en medio del dolor de los demás, que sólo si lo sentían como propio podían reconocerse dignos y comprender que la alegría vivida y compartida con todos era la felicidad de cada uno. Y que para eso tenían que unirse al canto general.

(Texto anónimo brasileño)