LA NAVIDAD
Y LOS PASTORES
Soy
Joaj, el posadero de Belén. Mi nombre significa “Yavhé es hermano”, como se
llamó el hijo de Asaf, portavoz del rey Exequías. Recuerdo aquella tarde. Belén
era un hervidero de gente. Venían de todas partes por lo del censo, ordenado
por el emperador Augusto. Mi posada estaba esta los topes, a penas si cabía una
persona más; y lo mismo las casas particulares. Es verdad que hicimos buen
negocio, pues nunca había habido tanta gente en el pueblo. Para nosotros
aquello era impensable, ya que la pobreza nos cogía por todos los costados,
como a la mayoría del pueblo.
Fueron
muchos los que pasaron pidiendo un hueco en la posada para poder pasar la noche
y llegó un momento en que a todos les tenía que decir lo mismo: “¡Imposible!”.
Yo fui enviando a no pocos a las casas de los vecinos, pero también se llenaron
enseguida.
Sí
que recuerdo a una pareja que me pidió alojamiento. La pasada ya estaba llena. Esa
pareja venía de Nazaret. De él recuerdo el nombre, que fue con quien hablé. José,
sí. Me dijo que habían tenido una jornada de camino bastante difícil ya que su
mujer estaba en estado, Ella, mucho más joven me parece que se llamaba María; su
figura: joven, guapa, con un rostro que reflejaba una paz inmensa y una sonrisa
permanente como si le hubiera sido esculpida en sus labios por un Ángel desde
el día en que nació. Por el estado en que estaba se le notaba incómoda.
Cuando
expliqué a José la razón de no acogerlos en casa, él insistió por un momento,
con toda delicadeza, pero al ser yo bastante contundente en mis respuestas, no
volvió a insistir. Se me quedó grabada la mirada que dirigió a su esposa, a la
que esta respondió, sin perder la paz de su rostro con un sencillo gesto: “redobló
su sonrisa, subió su hombro derecho al tiempo que acurrucaba en él su cabeza,
en señal de aceptación y colocó después su mirada en mí, dejando bajar los párpados
sobre sus morenos ojos”. José la cogió por el hombro y les vi como marchaban
los dos, tirando de su borrico, hacia las afueras del pueblo. Yo me quede mirándolos
como extasiado hasta que se perdieron de mi vista.
Fue
mi mujer la que, habiendo estado presenciando la escena, se me acercó y me
dijo: “pobre pareja, ¿no podríamos haberle hecho un hueco?. Esa joven está a
punto de dar a luz….”. Yo clavé mi mirada en los ojos de mi mujer
expresando mi contrariedad, me di media vuelta para evitar su mirada y solo
pude decirle: “¡De sobra sabes que no cabe nadie más en la posada!. A no ser
que le dejáramos nuestra habitación….!”
Aquella
noche no conseguía conciliar el sueño. Por lo visto lo mismo le pasaba a mi
mujer. De vez en cuando escuchaba que ella susurraba: “¡pobre pareja!¡pobre
mujer!! Seguro que de esta noche no pasa sin que de a luz”.
Antes
del primer lucero del alba escuchamos jaleo fuera. Mi mujer me hizo levantar
para ver que pasaba. Yo me asomé por la ventana y me volví a acostar: “son el
grupo de los pastores; deben estar bebidos, ya sabes como son. Van a despertar
a todos los de la posada…”.
No
había terminado de comentar esto con mi mujer cuando todos los de la pasada
empezaron a salir a la calle, lo mismo había hecho todo el pueblo. Mi mujer y
yo nos levantamos y nos unimos a toda aquella expectación… Los pastores
hablaban y hablaban cada vez más y más fuerte, poro nosotros no les entendíamos
a penas nada. Parecían transformados, estaban locos de alegría… Alguien intentó
hacer silencio. Jocías, el mayor de ellos, también pidió silencio con las manos
y empezó a contarnos lo que habían vivido. Aún se notaba un poco de murmullo,
pero poco a paco se fue haciendo un silencio tan grande que le pudimos
escuchar: “Pues el ángel nos dijo: “no temáis, os traigo la buena noticia, la
gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un
Salvador: el Mesías, el Señor… El ángel nos dijo también: Mirad, os doy una señal:
encontraréis a un niño envuelto en unos trapos y acostado en un pesebre… A
aquel ángel se le unieron más voces que alababan a Dios diciendo: “Gloria a
Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que Dios ama”.. Nosotros
vinimos corriendo hacia el pueblo, donde tenemos las cuadras del ganado y nos
encontramos a una pareja joven y al niño acostado en el pesebre, tal como el ángel
nos había dicho. Por eso venimos a comunicároslo”.
Y
los pastores no dejaban de dar saltos de alegría y de cantar versos de salmos a
Dios.
La
alegría de los pastores nos fue contagiando a todos y todos nos unimos a los
cantos de los pastores. Ellos seguían y seguían anunciando lo que habían vivido
y todo el pueblo empezó a formar corrillos y a hablar y a recordar unos y
otros textos de los profetas que anunciaban al Mesías. Y cuanto más recordábamos
unos y otros las Sagradas Escrituras y escuchábamos el testimonio de los
pastores, más ganas nos daban de alabar a Dios y de darle gracias. Yo me fui
pasando por unos corrillos y otros y en todos se expresaba la admiración de la
acción de nuestro Dios. Nos parecía imposible, a pesar de haber escuchado
tantas y tantas veces el anuncio de los profetas, de que el Mesías vendría en
pobreza y humildad, que se haría presente en medio del pueblo pobres y
sufriente y que sería como el lucero del alba en la noche de nuestras vidas. Yo
no hacía más que orar: “Dios, estás loco!!”.
Y
por un momento, a pesar de todo el jaleo que había, me embargó dentro de mi un
silencio tan profundo que me sorprendí recitando al profetas Isaías, en uno de
los textos que últimamente nos había leído el rabino de la Sinagoga: “El pueblo
que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaban tierras de sombra y una
luz les brilló… porque la vara del opresor, el yugo de su carga, el bastón de
su hombro, los quebrantaste como el día de Medián… Porque un niño nos ha
nacido, un hijo se nos ha dado… para darnos una paz sin límites.. El trae la
justicia y el derecho…”.
Estando
en estas cosas, noté que mi mujer me tomaba del brazo y como si nos hubiéramos
puesto de acuerdo, se encontraron nuestras miradas… La mirada de mi mujer que
salía de lo más profundo de su corazón, se expresaba en sus ojos brillantes
como dos luceros. Yo aparté la mirada y bajé la cabeza. Una cierta tristeza se
me mezclada con aquella profunda alegría. Mi mujer pareció entender lo que
pasaba por mi corazón, tomó con su mano mi cabeza, la volvió hacia su rostro e
hizo que le mirara de nuevo a sus ojos y sacara de dentro de mí aquella espina
que tenía clavada.. Pero solo supe decirle: “Fíjate, mi nombre significa “Yavhé
es hermano”. Cuando no compartimos nuestra hospitalidad, aunque esté
llena la casa y nuestro corazón, obligamos a que Dios pase de largo”. Y ella
solo supo susurrar: “Ese arrepentimiento que brota de tu corazón, seguro que el
Niño lo transforma en perdón”. Le di un beso y nos unimos a todos los que, aún
de noche, se encaminaban hacia la cuadra de los pastores a ver al niño, a José
y a María, que así se llamaba, según los pastores, aquella joven de la sonrisa
esculpida en su rostro. Poco antes de llegar, pudimos ver el lucero que
anunciaba el amanecer y como si de una sola voz se tratase, todos entonamos: “Por
la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará el Sol que nace de lo
alto, para iluminar a los que viven en tiniebla y en sombra de muerte y para
guiar nuestros pasos por el camino de la paz”.
Y al terminar yo, Manolo, esta contemplación, fui a sentarme
a cenar y en la televisión me volvieron a recordar la situación los países
de oriente que estén en guerra… y la situación entre Israel y Palestina. “¡Dios,
que locura!”. Y recordé un correo que me habían envidado con los últimos datos
del desempleo y de la situación de muchos trabajadores inmigrantes ante esta
crisis… y presenté también al Señor la situación de los que han sufrido y
siguen sufriendo los desahucios de
las viviendas y… Y en mi corazón la Palabra de Dios se convertía en oración: “Y
a ti niño, te llamarán profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor a
preparar sus caminos, anunciando a sus pueblo la salvación, el perdón de sus
pecados”. Y yo pensé: “creo que nuestra comunidad de la parroquia hoy recibimos
este encargo por parte de Dios: ser profeta, preparar el camino al Señor,
anunciar la presencia del príncipe de la paz, de la justicia y del amor”. Y
recordé el mensaje del Papa que ha escrito para el día 1 de enero próximo: “El amor se complace en la verdad, es la fuerza que
nos hace capaces de comprometernos con la verdad, la justicia, la paz”.
Manolo Barco