sábado, 9 de marzo de 2013


Estaba yo en …



… una gasolinera, esperando el turno para repostar mi coche.  A los surtidores se accede por una pequeña rampa donde caben los dos o tres primeros coches que esperan.
Veo el que coche que está delante de mi poco a poco se desliza hacia atrás. Toco el claxon  y dejo deslizar un poco el mío para atrás con cuidado para no golpear al siguiente.  Pero lentamente vi que seguía deslizándose el coche que tenia delante y… de repente el conductor del mismo sale de su coche sin poner el freno de mano y …. Clac..  se vino sobre el mío… Bajo del coche y antes de decir yo nada, el dueño del coche que paró sobre el mío reaccionó indignado. Era un señor mayor.
Yo me enfadé con él y le hice entender que no se podía bajar del coche de la forma que lo había hecho… el seguía muy nervioso y hablando muy fuerte…  (creo que más por su despiste y error que por otra cosa) y cada vez se acaloraba más,  como si hubiera sido yo el que había cometido tal torpeza.
Yo me indigné con él, aunque ya al final en plan de broma..  La verdad es que a mi coche le hizo un pequeño rasguño que apenas se veía… Algo más tranquilo, me dice: “Pero no le ha pasado nada al tuyo…”. Todo eran disculpas para justificar su error; y aunque no pensaba dar parte porque no merecía la pena, saqué mi móvil y le hice una foto tranquilamente a la matrícula de su coche en presencia de él y de todos los que estaban presenciando ese pequeño espectáculo.
Reconozco que no fue buena reacción tampoco la mía. En el fondo lo estaba humillando.
A la hora de pagar coincidí con un joven que también había repostado y presenciado lo sucedido y me pregunta: “Te ha hecho mucho a tu coche”…  “No, contesté, no ha sido nada”. El joven reaccionó con un  débil movimiento de cabeza y susurró: “Pobre hombre, es mayor y…” (refiriéndose al dueño del otro coche…).  Yo me quedé mirándolo y afirmé: “Tienes razón”…
De verdad que ese joven acertó a manifestarme el corazón compasivo del Buen Dios, aunque seguro que él no se dio cuenta, sino que había sido una reacción  natural. Una reacción natural que me ayudó a entender una vez más, y en un hecho tan sencillo, como el Espíritu trabaja el corazón de las personas, nuestros corazones,  aunque nosotros no seamos conscientes. Ese joven transparentaba para mí el corazón de Dios que humaniza la vida cotidiana constantemente.
Al entrar en mi coche para seguir mi camino reaccioné al tiempo que lo ponía en marcha: “Gracias, Señor; que el conductor mayor y Tú, me perdonéis. Y escuche una voz: “Y ahora, Manolo, vé y haz tu lo mismo”.:.
Miré por la ventana y el joven ya subía a su coche, pero al conductor “despistado” ya no lo ví.

"hacer la calle":








Para ser efucaces en la vida y misión, es necesario el despojo.

Feliz Cuaresma

CUENTO: “LA SABIDURÍA DE LA ANCIANA ABADESA"

         Cuentan las crónicas que en tiempos de las Cruzadas había en  Normandía un antiguo monasterio regido por una Abadesa de gran sabiduría. Más de cien monjas oraban, trabajaban y servían a Dios llevando una vida austera, silenciosa y observante.

         Un día, el obispo del lugar acudió al monasterio a pedir a la Abadesa que destinara a una de sus monjas a predicar en la comarca (no olvide el lector el carácter fantástico de la narración; y ponderar, además, cuánta sería la escasez de clérigos en aquellos tiempos, debido a que muchos de ellos habían partido como capellanes de los cruzados).

         La Abadesa reunió a su consejo, y después de larga reflexión y consulta, decidió preparar para tal misión a la hermana Clara, una joven novicia llena de virtud, de inteligencia y de otras singulares cualidades.

         La Madre Abadesa la envió a estudiar, y la hermana Clara pasó largos años en la biblioteca del monasterio descifrando viejos códices y adueñándose de su secreta ciencia. Fue discípula aventajada de sabios monjes y monjas de otros monasterios que habían dedicado toda su vida al estudio de la teología. Cuando acabó sus estudios, conocía los clásicos, podía leer la Escritura en sus lenguas originales, estaba familiarizada con la Patrística y dominaba la tradición teológica medieval. Predicó en el refectorio sobre las  procesiones intratrinitarias", y las monjas bendijeron a Dios por la erudición de sus conocimientos y la unción de sus palabras.     

Fue a arrodillarse ante la Abadesa: "¿Puedo ir ya, reverenda Madre". La anciana Abadesa la miró como si leyera en su interior: en la mente de la hermana Clara había demasiadas respuestas. "Todavía no, hija, todavía no..."

         La envió a la huerta. Allí trabajó de sol a sol, soportó las heladas del invierno y los ardores del estío, arrancó piedras y zarzas, cuidó una a una las cepas del viñedo, aprendió a esperar el crecimiento de las semillas y a reconocer, por la subida de la savia, cuándo había llegado el momento de podar los castaños ...  Adquirió otra clase de  sabiduría, pero no era suficiente.
         La Madre Abadesa la envió luego a hacer de tornera. Día tras día escuchó, oculta detrás del torno, los problemas de los campesinos y el clamor de sus quejas por la dura servidumbre que les imponía el señor del castillo. Oyó rumores de revueltas y alentó a los que se sublevaban contra tanta injusticia.

         La Abadesa la llamó: la hermana Clara tenía fuego en las entrañas y los ojos llenos de preguntas. "No es tiempo aún, hija mía. . - "

         La envió entonces a recorrer los caminos con una familia de saltimbanquis. Vivía en el carromato, les ayudaba a montar su tablado en las plazas de los pueblos, comía moras y fresas silvestres, y a veces, tenía que dormir al raso, bajo las estrellas. Aprendió a contar acertijos, a hacer títeres y a recitar romances, como los juglares.


         Cuando regresó al monasterio, llevaba consigo canciones en los labios y se reía como los niños. "¿Puedo ir ya a predicar, Madre?" "Aún no, hija mía. Vaya a orar".

         La hermana Clara pasó largo tiempo en una solitaria ermita en el monte. Cuando volvió, llevaba el alma transfigurada y llena de silencio. "¿Ha llegado ya el momento, Madre?". No, no había llegado.

         Se había declarado una epidemia de peste en el país, y la hermana Clara fue enviada a cuidar de los apestados.  Veló durante noches enteras a los enfermos, lloró amargamente al enterrar a muchos y se sumergió en el misterio de la vida y de la muerte.

         Cuando remitió la peste, ella misma cayó enferma de tristeza y de agotamiento y fue cuidada por una familia de la aldea. Aprendió a ser débil y a sentirse pequeña, se dejó querer y recobró la paz.

         Cuando regresó al monasterio, la Madre Abadesa la miró gravemente: la encontró más humana, más vulnerable. Tenía la mirada serena y el corazón lleno de nombres.

         "Ahora si, hija mía, ahora si". La acompañó hasta el gran portón del monasterio, y allí la bendijo imponiéndole las manos.

         Y mientras las campanas tocaban para el Ángeles, la hermana Clara echó a andar hacia el valle para anunciar allí el santo Evangelio.

         En alabanza de nuestro Señor Jesucristo y de su Santa Iglesia.


Amén.