CARTA AL “PESEBRE”
Isaías 9,1-3.5-6. Un hijo se nos ha dado.
Tito 2,11-14. Ha aparecido la gracia de Dios para
todos los hombres.
Lucas 2,1-14. Hoy os ha nacido un salvador.
Entrañable pesebre:
He escrito muchas cartas dirigidas a personas, a
colectivos, a grupos... He escrito muchas cartas a amigos, a seres queridos, a
personas no tan queridas y hasta, a veces, he tenido la osadía de escribir
algunas cartas a objetos. He escrito cartas a Dios Padre, a Jesús, al Espíritu.
También a María y a José. Cartas que me han servido para expresar a quien las
recibía o leía mi experiencia, mi vida, mi admiración, mi manera de ver la vida
y hasta para expresar mi vivencia de Dios. Pero nunca te había escrito a ti,
querido pesebre, una carta. Alguien podrá pensar que escribirte a ti una carta
es una ordinariez, una excentricidad o una simpleza, máxime en una noche como
esta, la Noche-Buena. Pero me es lo mismo.
Mira, querido pesebre, tú eres para mí un símbolo
ordinario, es decir, de lo de todos los días, de lo cotidiano, lo sencillo, de
lo pobre y hasta de lo excluido. Eres para mí símbolo de lo excéntrico, en el
sentido de lo que está fuera del centro, de lo que está en la periferia, al
margen. Tú, querido pesebre, eres para mí símbolo de lo simple, en el sentido
de lo sencillo, de lo humilde. O sea, que eres para mí el símbolo de la vida de
todos los días, de la vida cotidiana, de los sencillos, pobres y excluidos; de
los que están fuera, al margen, en la periferia; símbolo de los sencillos y
humildes. Eres mi símbolo de nuestro barrio, de nuestra parroquia, de lo que no
cuenta a los ojos del mundo. Pero, además, querido pesebre, hoy, esta noche, la
Noche-Buena, te conviertes en símbolo sagrado, en señal de nuestro Dios, del
Dios de los cristianos.
Tú, querido pesebre, eres símbolo de los que
caminan en tinieblas, de los que habitan y habitamos en la sombra, del pueblo
que necesita y grita que se encienda la luz, que la luz brille en medio de la
noche de nuestra vida.
Por eso, esta noche, tú
has visto una gran luz y una luz ha brillado en ti. Y en tí y en todo lo que tu
simbolizas; el Buen Dios multiplica su alborozo y acrecienta tu alegría,
nuestra alegría. Hoy tú, el pesebre y la cuna más pobre y humilde, te alegras
en Dios. Porque para ti, para todos los que tú simbolizas, el Buen Dios ha roto
el yugo que pesa sobre ti, sobre nosotros y la vara que castigaba nuestras
espaldas. Has roto el bastón del sistema opresor que nos hiere. Y es que tú, y
todas las personas y grupos que tú simbolizas, te has convertido en la primera
cuna, en la cuna por excelencia, donde ha sido recostado el Niño que nos ha
nacido y el Hijo que se nos ha dado. Ese Niño y ese Hijo en cuyos hombros
descansa el poder y cuyo nombre es “Consejero prudente”, “Dios fuerte”, Padre
eterno, Príncipe de la Paz. María ha pasado desde su vientre a tu seno al que
es ya la paz sin límites. Dios te ha convertido en trono del heredero de David,
del Mesías, del Hijo de Dios, del que trae “la justicia” desde ahora para
siempre. Desde ti, querido pesebre, desde todo lo que tu simbolizas, desde
todos los colectivos, personas y grupos de los que tú eres la máxima expresión,
ha manifestado el Señor todopoderoso su amor ardiente y sin límites.
Querido pesebre, y querido todo lo que tú
simbolizas, esta Buena Noche nos ayudas a encontrarnos con el fruto bendito del
vientre de María, con el fruto del Espíritu de Dios, con el Mesías. Y nos
ayudas a encontrarnos con él, lo mismo que hace veintiún siglos ayudaste a
encontrarse con el Niño Dios a aquellos pastores, a aquellos que tú pertenecías
como plato de su ganado. El Buen Dios quiso convertirte en cuna de su Hijo, en
señal de la presencia de Dios entre nosotros: “Encontraréis a un niño recostado
en un pesebre y envuelto en unos trapos”. Y desde entonces te convertiste y se
convirtieron todos los aquellos a los que tu simbolizas, en mediación y señal
del Enmanuel, de la presencia amorosa de Dios en medio de nuestro mundo. Por
eso, entrañable Pesebre, tú eres espacio privilegiado desde donde, enmedio de
la noche, se rasgan las tinieblas de todos los que saben acoger el anuncio del
Ángel: “os anuncio una gran alegría que lo será para todo el pueblo”. Por eso, al
mirarte y contemplarte, descubrimos al Niño Dios que, por boca del Ángel nos
dice, te dice: “No temáis”. La salvación se abre paso desde ti, desde los que
tu simbolizas. Hoy nosotros, en esta noche, unidos a ti queremos reconocer al
Enmanuel desde de nuestra pobreza, de nuestra sencillez, de nuestro no ser nada
a los ojos del mundo.
Hoy, en esta noche, queremos entender que, para nosotros,
para nuestros vecinos, para todos los que viven en la sombra, para los
enfermos, ancianos, niños y jóvenes cuyo futuro es incierto, para todos los que
viven excluidos de un trabajo digno, para todos..., queremos ser transparencia de ese Niño, del que tú fuiste su
primer contacto con este mundo, ese Niño del que todos estos colectivos y
grupos son el primer contacto del Mesías; él es NUESTRO SALVADOR. Hoy, querido
Pesebre, queremos unirnos al cántico de los Ángeles y gritar con ellos: “Gloria
a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres que gozan de su amor”. Queremos
gozar del amor de ese niño Dios y salir a los pesebres de nuestro barrio, a los
pesebres de los que sufren, a los pesebres de los oprimidos y explotados,
para hacer como los Ángeles: anunciarles
la Buena Noticia de que el Verbo de Dios ha tenido a bien encarnarse en ellos y
que están llamados a acogerlo y experimentar lo que eso significa: “renunciar a
una vida sin sentido –sin religión-, renunciar a las aspiraciones de poder, de
riqueza y de opresión para vivir
la esperanza que no es otra que la Buena Noticia del Evangelio. Queremos ser
discípulos del Niño de Belén y Testigos de quien tu has acogido en tu regazo. Queremos
ser testigos siempre de esta Noche-Buena, de esta noche en la que en ti,
querido pesebre, el Niño de Belén quiere manifestar la gloria de nuestro Dios.
Gracias, querido pesebre. En ti ha comenzado todo.