sábado, 12 de febrero de 2011

ESOS CRISTOS DOLIENTES

Esta noche he recibido un mensaje de una amiga desde el hospital donde fue a velar a su mejor amiga (también mía), una religiosa que padece cáncer de médula” y que lleva muchos años amarrada a esa cruz con muchísimas ganas de vivir. El texto del mensaje dice: “Aquí ando, en esta planta de personas, todas ellas, con cáncer y son gente muy joven. María ha tenido un bajón y está con oxígeno; otro añadido más… Está desorientada por la medicación. A ver cómo nos va la noche. Ojalá no tengan dolor estos Cristos dolientes”.

Mi amiga, además de su generosidad, de su disponibilidad, de la mala noche que le espera en el hospital (siempre las noches en los hospitales son poco agradables), ha tenido una mirada profunda ante esa “gente joven” con cáncer: “Estos Cristos dolientes”, los ha definido. Ve en ellos a Cristo dolorido y cargando con la enfermedad que todos. Cristo Sanador aceptó asumir en él el dolor de todos los que sufren. En la Cruz asumió el sufrimiento de todos los enfermos cosidos a las camas de los hospitales, o en sus casas, o en las calles. El Sanador que no quiere sanarse sino asumir el dolor de los demás. Quiso beber el cáliz del dolor hasta el final sin utilizar preferencias, ni gestos grandiosos, ni acciones mágicas. Cuando estaba cosido en la cruz: “Los que pasaban por allí le insultaban, meneando la cabeza y diciendo: "Tú que destruyes el Santuario y en tres días lo levantas, ¡sálvate a ti mismo, si eres Hijo de Dios, y baja de la cruz!". Igualmente los sumos sacerdotes junto con los escribas y los ancianos se burlaban de él diciendo: "A otros salvó y a sí mismo no puede salvarse. Rey de Israel es: que baje ahora de la cruz, y creeremos en él. Ha puesto su confianza en Dios; que le salve ahora, si es que de verdad le quiere; ya que dijo: "Soy Hijo de Dios." (Mt 27, 27-43).

Los cristianos no somos masoquistas. Cristo no fue masoquista. No deseamos ni queremos el dolor por el dolor. Cristo quiso pasar por todas las realidades que todos pasamos y, sobre todo, quiso solidarizarse, encarnarse, en la realidad de los pobres, en la realidad los pobres ahí donde son más pobres: en sus cruces. Con ello quiso poner a los pobres y a los que sufren en el centro y darles el protagonismo más importante: en él, con él y por él los pobres y los que sufren son mediación de salvación y liberación para todos. Por más que nos cueste entender la eficacia de la salvación desde lo pobres, la realidad es esa. Dios en Cristo le ha dado el poder de ser su mediación especial en lo tocante a la salvación y liberación. Esta es la eficacia del Evangelio. La eficacia de “el mundo”, en el sentido joánico, nos viene no del mundo (=los poderosos), sino a través de de los pobres y sufrientes a los que el mundo no los valora y hasta los hace así: pobres y sufridores. Más de una vez he escuchado de boca de los pobres: “Nosotros solo sabemos sufrir”; al margen del mal-sentido que “el mundo” les ha inculcado, la realidad es esa.

Por lo menos que entendamos que los pobres y empobrecidos, los enfermes y débiles, son opción de Dios Padre en Jesús su Hijo.

Cuando mi amiga habla de “Estos Cristos dolientes” está haciendo un profundo acto de fe en Cristo y en sus predilectos: los pobres, empobrecidos, enfermos y débiles.

Video: "Carros de fuego"

Carros de fuego


Carros de fuego


Oración del P. Chevrier

ORACION DEL PADRE CHEVRIER, fundador del Prado


ORACIÓN DEL PADDRE
CHEVRIER
¡Oh Verbo! ¡Oh Cristo!
¡Qué bello y qué grande eres!
¡Quién acertara a conocerte!
¡Quién pudiera comprenderte!
Haz, oh Cristo, que yo te conozca y te ame.
Tú, que eres la luz,
manda un rayo de esa divina luz sobre mi
pobre alma,
para que yo pueda verte y comprenderte.
Dame una fe en ti tan grande,
que todas tus palabras sean luces que me
iluminen,
me atraigan hacia ti y me hagan
seguirte
en todos los caminos de la justicia y
de la verdad.
¡Oh Cristo! ¡Oh Verbo!
Mi Señor y mi único Maestro!
Habla, que quiero escucharte y poner en
práctica tu palabra.
Quiero escuchar tu divina palabra, que sé que
viene del cielo.
Quiero escucharla, meditarla, practicarla,
porque en tu palabra está la vida, la
alegría, la paz
y la felicidad.
Habla, Señor. Tu eres mi Señor y mi Maestro.
Quiero escucharte sólo a Ti.
Antonio Chevrier